Para comprender plenamente los escritos de nuestra Fundadora y cómo se mueve la Congregación, es importante partir del concepto de carisma y espiritualidad. Dos términos necesarios y vinculados entre sí pero que a menudo se utilizan, erróneamente, como sinónimos.
El término carisma deriva del griego χάρις (chàris) y significa “gracia”, en el sentido de lo que da alegría, deleite, dulzura, belleza. Es un gesto de generosidad que proviene del amor incondicional de Dios por los hombres. Una generosidad que no es un do ut des, una expectativa de algo a cambio, sino un simple don de amor que Dios sigue derramando sobre los hombres a causa de ese amor incondicional.
La Madre Isabel recibirá pronto este divino don (chàris) en forma de devoción al Sagrado Corazón de Jesús, una devoción, como dice Mons. Vincenzo Carbone en su publicación “Pensamientos espirituales de Madre Isabel de Rosis”, correctamente entendida y plenamente practicada.
Un amor al Señor que conlleva hasta el sacrificio de la cruz (chàris). Es en este amor profundo donde encontramos el ejercicio de las virtudes, la oración, la consagración, la reparación de las ofensas causadas al Corazón de Jesús (chàris). Isabel quiere ser “víctima del amor” e intentar, a través del carisma que le ha dado Dios (chàris), “reconstruir” esa humanidad herida por el pecado y sanada por Cristo Jesús mediante la humillación de la cruz.
La misma Madre Isabel, al aceptar el don precioso del Señor, deberá aceptar los sufrimientos que la vida le depare.
El carisma de la Fundadora se convierte en un don precioso a través del calvario compuesto de sufrimientos y dolores de todo tipo que surgirán para obstaculizar el designio divino.
Para la comprensión del carisma, las Memorias, colección de escritos pertenecientes a diferentes momentos de su vida, adquieren una gran importancia.
Significativas son algunas frases escritas por la propia Isabel cuando es exonerada del cargo de Superiora General y abandonada en una habitación de la Casa Madre: “Isabel, que tu vida sea dulce en este rincón apartado y lejos de todo: tu Dios así te quiere y tu alma está en el Calvario enamorada de Jesús Crucificado” (de Ricordi C n. 38 p. 67).
Es a partir de este fiat libre de condicionamientos terrenales que comenzará a moverse la espiritualidad de las Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón. Ser una religiosa reparadora significa estar lagada a Dios, ser enteramente de Dios, servirlo y glorificarlo…. Dios debe ser el dueño de nuestras almas y usarnos como le plazca para su gloria(de Ricordi C. n. 6).
El término espiritualidad deriva del griego pneumatikós que significa relativo al espíritu divino; se refiere a la vida interior y espiritual del ser humano. Si el carisma es un don, el espíritu es el “aliento” necesario para que el “don” (chàris) se difunda. Para los religiosos o consagrados esto significa seguir más de cerca a Cristo.
Los fundadores se convierten así en el medio a través del cual el Espíritu Santo actúa e ilumina.
La experiencia del Espíritu, vivida por Isabel, debe continuar no solo para conservarse, sino para profundizarse y desarrollarse.
Por tanto, debemos dejarnos llevar por el Espíritu al descubrimiento siempre renovado de Dios y de su Palabra, a un amor ardiente por él y por la humanidad, a una nueva comprensión del carisma dado (Eduardo Card. Martínez Somalo – Prefecto).
La espiritualidad se convierte en una oportunidad para volver a las raíces, al redescubrimiento del carisma que iluminó el camino recorrido por la Madre Isabel. Redescubrir y vivir la devoción al Sagrado Corazón marca el camino que nos trazó la Fundadora. Espiritualidad es emprender esa experiencia de fe de nuestros fundadores que, plasmada a lo largo del camino de la congregación, da lugar a una forma de vida que configura la relación y el encuentro con Dios. Es un continuo volver la mirada hacia Aquel que han traspasado (Jn 19,37). Pero la vuelta a los orígenes no es una experiencia individual, es un valor comunitario y el redescubrimiento del carisma como don no se percibe sino a través de una espiritualidad vivida en plenitud por la comunidad. Esta es la Espiritualidad de las Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón y es la misma Madre Isabel quien nos muestra el camino a través de sus manuscritos:
El Espíritu de esta Congregación es amor, gratitud y reparación al Divino Corazón en unión con el Inmaculado Corazón de la Virgen María y los Serafines, nuestros asociados celestiales siguiendo la expresión de Santa Margarita María Alacoque1 (de Pensamientos y exhortaciones de Madre Isabel de Rosis).
El Espíritu que debe animar a toda nuestra Congregación debe pedirse constantemente al Divino Corazón, del que emana, para pedirlo con petición, con un gran deseo de trabajar en conformidad con él. (de Pensamientos y exhortaciones de Madre Isabel de Rosis).
Bibliografia
Mons. Vincenzo Carbone – Pensieri Spirituali della Madre Isabella de Rosis
Spirito e costumanze della Congregazione delle Povere riparatrici del Sacro Cuore – Pensieri ed esortazioni della Madre Isabella de Rosis.
Eduardo Card. Martínez Somalo – Prefetto – RIPARTIRE DA CRISTO: UN RINNOVATO IMPEGNO DELLA VITA CONSACRATA NEL TERZO MILLENNIO
P. Fabio Ciardi, OMI – Il carisma dei Fondatori e delle Fondatrici.
- Margarita Maria Alacoque. Nacida en Borgoña en 1647, Margarita tuvo una juventud difícil, sobre todo porque tuvo que superar la resistencia de sus padres para ingresar, a la edad de veinticuatro años, en la Orden de la Visitación, fundada por San Francisco de Sales. Margarita, que se convirtió en Hermana María, permaneció entre las Visitandinas durante veinte años y desde el principio se ofreció “víctima del Corazón de Jesús”. Fue incomprendida por las hermanas, mal juzgada por los superiores. Incluso los directores espirituales al principio desconfiaron de ella, considerándola una fanática visionaria. El beato Claudio La Colombière se convirtió en el guía precioso de la monja mística de la Visitación, y le ordenó narrar sus experiencias ascéticas en su autobiografía. Por inspirada de la santa, nació la fiesta del Sagrado Corazón, y se originó la práctica de los primeros nueve viernes del mes. Murió el 17 de octubre de 1690.